SANCOCHO EN PINAR DEL RÍO

SANCOCHO EN PINAR DEL RÍO
20 DE FEBRERO DE 2010

Acción de Tutela

Acción de Tutela
El derecho a la felicidad

Partido de fútbol en La Isla

Partido de fútbol en La Isla
El Padre Víctor Torres, S.J. e integrantes de SJR con los habitantes de La Isla en actividades deportivas con los niños y niñas de La Isla

Colegio San José e Instituto San José en La Isla

Colegio San José e Instituto San José en La Isla
Talleres realizados con la población en situación de desplazamiento forzado de La Isla.

domingo, 25 de octubre de 2009

"Menos mal que trajo sus botas"



El sábado 23 de octubre de 2009 fue un día de especial connotación para mí pues experimenté los efectos diversos de tres lluvias torrenciales. La primera, en mi casa al amanecer; la segunda, al llegar al Colegio San José - Nueva Sede y, la tercera, en La Isla, sector de la ciudad de Barranquilla al que se accede cruzando la zona de los caños del mercado público.

Los resultados de un amanecer lluvioso fueron obvios: Primero, el deseo de no querer levantarme y quedarme arropada bajo las cobijas, esperarando a que el olor a chocolate o café de la mañana inundara la casa, para así ir al comedor con algo de motivación. Segundo, en el Colegio, después del aguacero matutino, ver que faltaba afinar el sistema de drenaje y procurar que la grama, no el agua, inunde las áreas verdes, evitando que la arena de los jardines se deslice hacia los corredores y pasillos; una cuadrilla de ingenieros y maestros de obras estaban ya estudiando las posibles soluciones. Todo normal, cotidiano.

Lo peculiar del día estaría en las consecuencias impredecibles del clima, en un mes como octubre, en Barranquilla, la ciudad en donde el ausente alcantarillado pluvial, predestina que un hilillo de agua de lluvia se convierta en un caudaloso arroyo. Me olvidé de mirar hacia el cielo y observar la condición de las nubes por estar pendiente del engañoso espejo de las aguas podridas del Caño de Los Tramposos que iba a cruzar en canoa. Mientras el remero nos conducía hacia nuestro destino, pensé fugazmente en cómo se sentirían las personas de la isla durante el aguacero de la noche anterior. Y la respuesta llegó inmediatamente la proa de la canoa tocó el improvisado muellecito de La Isla. Dos gotones de agua en la espalda sellaron mi destino durante las tres siguientes horas.

La lluvia torrencial en un sector como La Isla es una experiencia que fortalece el alma, te limpia la superficialidad y te invita a ser más humano, muy humano; a sentir a Dios en cada gota que cae en las latas de zing del techo de las casas de cartón, madera y plático. Esa misma gota que se cuela por los agujeros del techo y cae en los lugares donde tú podrías colocarte sin mojarte. Pero, cómo evitar terminar con el corazón empapado cuando el espacio donde estás es de 3 x 3 metros y debes compartirlo con cuatro adultos, una joven, tres niños y dos perros... Mejor dicho, esas ocho personas y dos animalitos compartiendo ese lugar tan pequeño conmigo y sin mojarse y ellos buscando la manera de que yo no me sintiera incómoda. Sillas, sólo había dos; una, me la dieron a mí.

Cuando el nivel del agua comenzó a subir, una de las señoras me dice: "Menos mal, profesora, que usted se vino con las botas". En vez de sentirme cómoda, experimenté una sensación de vergüenza y desolación que me hizo quedarme en silencio durante un tiempo, cosa rara en mí, siempre tan locuaz; en especial, cuando puedo compartir todo lo que sé de las nubes y del clima. En esta temática, ellas, las señoras campesinas que me acompañaban, no necesitan del satélite meteorológico de La Nasa para saber cuánto va a durar la lluvia y qué tan fuerte será.

Ellas comenzaron a hablar de sus cosas; yo, a escuchar. Ahora, sé que están asistiendo a la sede de Pastoral Social, de Barranquilla, para recibir cursos de capacitación. También, que por la lluvia se iban a perder la clase de informática en la Fundación Luís Eduardo Nieto (LA ADUANA); que en el comedor, localizado a 50 metros de donde estabamos, se encontraba Telecaribe entrevistando a algunos pobladores de La Isla porque hay un "envolate" con la plata recibida por algunos moradores del sector como indemnización por las cosechas que van a dejar, pues por las tierras no se les va entregar dinero ya que ellos no tienen escrituras. Hay personas, de La Isla, a las que ya les han pagado y han emigrado pero se han tenido que regresar aquí, nuevamente, porque se han reubicado mal en la ciudad: ellos son personas del campo. Los imagino nuevamente movilizándose a otras tierras y eso me causa más tristeza que el sonido de la lluvia.

Aprovecho el tiempo para entrevistar a la señora Loida María, desplazada de Tierra Alta, Córdoba. Es mi guía en esta experiencia y me recibe en su casita durante el tiempo que estoy de visita. Mientras registro con mi cámara lo que ella me dice, no dejo de pensar en todas las necesidades de estas personas: los niños necesitan ropa y calzado; las casitas, piso de cemento; mejor, hacerlas de materiales más resistentes a las inclemencias del clima y del ambiente. De espiritualidad: Creo que el único sacerdote que viene por acá es el P. Carlos, del Instituto San José. Les pregunto que si ellos saben algo de la ley que protege los derechos de los desplazados y me dicen que no tienen conocimiento del tema.

Acá no hay cuadrillas de ingenieros, maestros de obras, doctores, profesores, arquitectos, que puedan pensar en las posibles soluciones para ayudar a estas personas que viven la más profunda carencia económica. Hoy sólo estoy yo y más allá los periodista del canal de TV local. Todos los sábados, estamos los de SJR, SSE del Colegio San José y la BIPC. Le doy gracias a Dios por haberme traido en esta mñana hasta aquí y bajo estas circunstancias.

Pasadas dos horas, comenzó a escampar y emprendí mi regreso a la Biblioteca Piloto Infantil del Caribe. Pero, antes faltaba la prueba mayor: atravezar de regreso las aguas, ahora sí fétidas, del caño de Los Tramposos, de pies, haciendo equilibrio, en una canoa (las improvisadas sillas estaban mojadas); no fui capaz de sentarme en las mojados y mal olientes tablones por lo que preferí agacharme en el centro de la embarcación pensando y sintiendo en carne propia que esta odisea la viven las personas de La Isla diariamente, en un ir y venir de apestosa eternidad, hacia la tierra del NO ME OLVIDES: Barranquilla.